Noviembre, que tradicionalmente es el mes de los difuntos, siempre sugiere ciertas referencias y reflexiones que no pueden escapar a la consideración de las gentes que abrigan creencias religiosas, y mucho menos en España, donde las tradiciones por la cultura mortuoria incluso comenzaron a habilitarse con profusión en tiempos de los celtas.
Y como esto es así con exactitud anual; figúrese el lector cómo se actualiza tal costumbre en estos tiempos con las diferentes películas y series de terror, donde los seres del más allá, trazados con deformaciones por las nuevas tecnologías nos lo recuerdan. Por eso no nos debemos extrañar que cuerpos contrahechos escapen de las pantallas del cine y la televisión. Ya sin asombro de nadie, pues la mentalidad de las nuevas generaciones está curada de espanto acerca de este tema rayano en el misterio de la muerte insondable con diferentes mortajas.
Continúo con el artículo movido con cierta dosis de asombro por las noticias que un día sí y otro también nos presentan los medios de comunicación acerca de los muchos enterramientos que hay en el Valle de los Caídos. Enterramientos de difuntos que, en vida, con toda seguridad, tuvieron diferentes puntos de vista en lo referente a las ideas políticas y en lo referente también a las inclinaciones religiosas. Ambas tendencias, en ocasiones, de naturaleza puede ser que tabú en parte de los fallecidos, para no levantar posturas de animadversión entre sus allegados y conocidos.
Llevados por la Memoria Histórica zapateril y llevados igualmente por los fanatismos funerarios del gobierno de Pedro Sánchez, hay familias, no muchas, es cierto, que, siendo de la segunda o tercera generación de los muertos que yacen en Cuelgamuros, no paran de sugerir actitudes de panteón con el fin de exhumarlos de allí y enterrarlos en lugares de sus preferencias para que reciban, eso dicen ellas, respetuosos recuerdos y honores tanatoriales, y así sean recordados con las atenciones propias de unos fallecidos que nunca las tuvieron -es un decir- como tales; dados los registros de unas sepulturas construidas para ellos -eso sí es cierto- con arquitectónicas formas.
Conviene recalar en las ideas de algunos deudos de los difuntos del Valle de los Caídos que los quieren recuperar para sí. Deudos que no serán los mismos dentro de otro par de generaciones; dolientes que no tendrán ni noticia de a quiénes han de honrar; si es que la honra es observada luego en el entramado materialista de un mundo en constante cambio (ya lo estamos comprobando en el presente; comprobando con exactitud); mundo llamado a desenvolverse con ideologías desfiguradas de la muerte; como desfigurados vemos que están los homínidos personajes descompuestos que nos ofrecen los espectáculos con efectos especiales.
Pero es preciso volver a la Memoria Histórica zapateril y al Valle de los Caídos. Ya que si usáramos de quiméricos puntos de vista y de pensamiento arropados por utopías de ultratumba, podríamos pensar con algo de razonamientos oportunos acerca de aquellos cadáveres que van a ser exhumados y entregados a sus deudos más o menos lejanos. Pues los gustos personales por las formas de enterramiento son muy variados y caprichosos; casi siempre llevados por eso: por los caprichos y voluntades antojadizas de quienes dictan normas para sus propias sepulturas antes de morir.
De ahí y por los lógicos razonamientos en los que podríamos reflexionar. ¿Caeríamos en la capacidad ciertamente transustancial, de quienes van a ser exhumados? Considérese que se les pudiera pedir su opinión al respeto. En tal caso se hallarían restos humanos de algunos que, por su modo de ser en vida, igual les daría ocho que ochenta; pero serían los menos.
Y estoy por decir que la inmensa mayoría de ellos preferirían seguir sepultados en las recatadas zonas de artísticas realizaciones de su descanso perpetuo. Yaciendo en el Valle de los Caídos per saécula saeculórum, hasta el día del Juicio Final, que llegará tarde o temprano, antes que pasar, dados los gustos de unos deudos lejanos, animados por este Gobierno poco serio, a habitáculos mortuorios sin decoros tanatoriales o a nicheras; donde por las inclemencias meteorológicas, en constantes e inexorables alteraciones, terminarían en contenedores de escombros. Como ocurre por la naturaleza de lo que está sujeto a las profanaciones, aunque la Memoria Histórica promulgue lo contrario.