Ciclo de Conferencias de la Asociación Cultural Alcorcon Siglo XXI
Premios de Novela Alcorcón Siglo XXI
II Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
III Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
I Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
Conferencia de Ely del Valle en Siglo XXI
Conferencia en Siglo XXI de D. David Pérez García
Conferencia: los excesos de comida en las fiestas navideñas

Hay que aprovechar la circunstancia de que la Asociación Siglo XXI, editora de esta revista, ha realizado una excursión cultural a Madrigal de las Altas Torres, lugar del nacimiento (1451) de Isabel la Católica, para dedicarle este artículo a ella. Además, la circunstancia se ve reforzada por el hecho de que el Gobierno municipal de Alcorcón, con su Alcalde, David Pérez, al frente, va a proponer dedicarle una calle de la localidad a esta Reina con el fin de que, junto a otras mujeres de probada solvencia en sus cometidos, tengan la rotulación urbana que, por regla general, siempre ha tenido el hombre.

Hablar de Isabel la Católica es hablar de una personalidad histórica cuyas dotes políticas, humanas, sociales y religiosas, difícilmente podrán concurrir en nadie dedicado a labores de Estado. Aunque ella siempre ha contado, desde que empezó a reinar y hasta hoy con gentes hostiles a su labor como dignataria y figura de mujer religiosa. Pues los demoledores de los valores esenciales de España se cuentan por cientos, incluso entre los españoles; demoledores también estos últimos por sus conductas antipatrióticas y antirreligiosas. Resultando que estos últimos son, en este tema como en otros, más fanáticos por seguir las consignas de los de fuera de nuestras fronteras. En este sentido cabe hacer un comentario contra la serie que TVE realizó sobre la Reina; pues tiene planos y secuencias salidas del contexto histórico, con detalles de zafiedad y mal gusto; llevados los guionistas, quizá, por el ánimo de captar audiencia a costa de lo que fuera.   

Para este comentarista, como para multitud de letrados, de historiadores y de investigadores en el cúmulo de páginas que guardan las bibliotecas, ningún estadista del mundo, sea de la época que sea, llegará a aproximársele a Isabel I en dotes para desempeñar una gigantesca labor de gobernabilidad como la que desarrolló ella sin descanso desde que juró su cargo como Reina en Segovia en 1474.

Hay un proceso de beatificación incoado sobre Isabel la Católica desde hace muchos años. El cual se abrió, precisamente, dada la piedad de la soberana; blanca y rubia; los ojos entre verdes y azules; de cara hermosa y de honesta alegría -por referir algo de su fisonomía-. Pues incluso buscó en los momentos difíciles de su reinado la protección especial del apóstol y evangelista San Juan; por ser éste el discípulo más allegado a Jesucristo. Y tanta fue la devoción por el personaje evangélico que incluso a su único hijo varón le puso su nombre, desoyendo las preferencias familiares y de la Corte, que querían que se llamara Fernando como su padre. En el mismo orden de cosas, la iglesia toledana de San Juan de los Reyes, mandada construir por su esposo y por ella, lleva el nombre de este apóstol predilecto. Así como su símbolo, el águila -en contra de la opinión de quienes lo toma por un símbolo del franquismo-, ha sostenido el escudo nacional antes de la llegada del Estado de Derecho.

La absoluta confianza de la Reina en el proyecto de Colón ocasionó un gran renombre para su reinado -no hay gesta de más alta trascendencia universal-. Pues el descubrimiento de América, poco después de la unificación de nuestro territorio tras la toma del Reino de  Granada, supuso para España una inusitada grandeza. Claro que como toda obra humana tiene detractores, la opinión de Isabel acerca de la espiritualidad cristiana ha servido para que sean poco valoradas otras cualidades suyas que incluso están ocasionando que su proceso de beatificación -y no creo que se reabra con el Papa Francisco- esté paralizado. Y eso que tras el descubrimiento las primeras órdenes que dio a los navegantes fueron que “trataran a los indios cariñosamente y que les fueran enseñando la religión de la Iglesia y a leer”. Además, tenía un gran deseo de enterarse bien de cuanto sucedía en aquellos vastos territorios. Tanto fue así, que nombró a un tal Francisco Bobadilla para que se hiciera cargo de la inspección, pero éste abusó de la confianza real y los Reyes Católicos mandaron castigarlo inmediatamente.