Lara de Tucci
En vísperas de un nuevo curso escolar estamos inmersos en lo que pudiéramos llamar la “Guerra educativa” anual desde que el sistema democrático es el garante en España de la convivencia de todos. Pero en lo de la Educación, como en otros importantes asuntos, eso de la convivencia en paz es una utopía mírese por donde se mire. Y si hay alguien que difiera en esto, tenga la paciencia de leer la Prensa de los primeros días de agosto, y en ella encontrará, en artículos y crónicas, una interminable serie de desencuentros por parte de los consejeros del ramo que no son del PP con Méndez Vigo y los responsables de su Ministerio.
Lo cual viene determinado por el rechazo sistemático que muestran de la LOMCE, que elaboró José Ignacio Wert. Una Ley de Enseñanza que pretende unificar, con los matices propios de cada región, la formación de los alumnos españoles. Reto que crearía hoy ciertos visos de uniformidad con el fin de que en las aulas de la entera España se impartieran conceptos que les pongan trabas a las disensiones que se fomentan para ocasionar enfrentamientos en casi todos los centros educativos de la práctica totalidad de las doce comunidades donde no manda el PP; contrarios sus representantes políticos a la citada LOMCE. Ley que tratan como de inconveniente e inoportuna.
No voy a entrar en el terreno de dicha Ley educativa ni en los artículos y apartados que la componen y que esas comunidades, regidas por la izquierda y los separatistas pone en tela de juicio, denostándola y oponiéndose a su aplicación y a su eventual desarrollo. Pero sí quiero referir, para que se entere quien quiera enterarse, que las leyes de enseñanza de cualquier país están elaboradas -aparte de que sirvan para promover un mayor nivel cultural de los ciudadanos- con el loable propósito de que la historia y la idiosincrasia que forman el espíritu de un pueblo sean puntualmente aprendidas como referencias y connotaciones de un patrimonio a conservar, y que valgan para reafirmarse en lo que une y no para echar leña en el fuego de lo que divide, con el consiguiente daño colectivo que esto supone.
Y aquí es donde está realmente el problema de las Leyes Educativas que se vienen promulgando en nuestro país tras dejar atrás la Ley General de Educación (LGE) de 1970, de Villar Palasí. Pues a consecuencia de señalados despropósitos educativos, desde que se votó la Constitución casi en ninguna comunidad autónoma, con sus diferentes consejeros del ramo, han aceptado por buenas y apropiadas para el alumnado las diferentes Leyes que se han creado. Claro que ha habido un par de ellas que han sido un rotundo fracaso para una formación integral de los aduncandos, y así nos está yendo a todos en algunas facetas de la vida.
Dándose el escandaloso caso de que los enfrentamientos que se vienen produciendo por las nuevas aplicaciones y metodologías en la enseñanza no se producen para corregir ese 30% de suspensos y los absentismos que España viene soportando no obstante la cantidad de recursos que el país invierte en Educación. Que en el curso que se va a iniciar suponen 24 millones de euros sólo en la financiación de libros de texto y material didáctico. No, los enfrentamientos, las acusaciones y los desencuentros en las Comisiones de Educación del Congreso se producen por otros motivos muy especialmente (aparte del de la asignatura de Religión, que eso es materia que da para otro artículo). Son los motivos de los que escribía antes; motivos que se están sucediendo, como en el presente con la Ley Wert, porque existen políticos que se duelen por el hecho de que España sea una patria indivisible en el panorama universal. Con una Historia común que interesa a toda la Nación (casi con seguridad, la Historia de mayor riqueza e importancia en el conjunto de los países de la tierra); cuya enseñanza, sin tergiversaciones apasionadas y sin manipulaciones partidistas, por parte de intelectuales en particular y de profesores en general, sería de un enorme calado para constituirnos, el conjunto de todos los españoles, como pueblo envidiable.
Aspecto que nos ayudaría a conocernos mejor y a conjuntar esfuerzos de cualquier naturaleza para crecer en todos los sentidos hasta situarnos en un país de dimensiones incalculables; objeto quizá de admiración para las demás naciones. Pero comprobamos que está ocurriendo todo lo contrario. Ni la Historia, ni las tradiciones nacionales, ni ciertos rasgos y virtudes de nuestro patrimonio cultural ibérico se tienen en cuenta, y se imparte una educación manifiestamente sesgada a causa de directrices que imponen las malas conciencias. Todo con intención de tirar por tierra lo más esencial que atesoramos. Y como hay ciertos “padres de la Educación” que son capaces de confesar todo esto con hipocresía política y por sectarismos de partido, no tienen inconveniente, además, en exponerle a la opinión pública que sus posturas de rechazo a los planes educativos que no son de su agrado están provocados porque la Enseñanza también ha de revestirse con la indumentaria del progresismo; aunque esa indumentaria se complemente con los rasgos harapientos del “todo vale”. Que eso, por otra parte, desconcierta y desagrada a muchos profesionales de la Enseñanza.