Ciclo de Conferencias de la Asociación Cultural Alcorcon Siglo XXI
Premios de Novela Alcorcón Siglo XXI
II Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
III Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
I Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
Conferencia de Ely del Valle en Siglo XXI
Conferencia en Siglo XXI de D. David Pérez García
Conferencia: los excesos de comida en las fiestas navideñas

Los que pasearan un domingo de 1523 por la ciudad de Burgos se cruzarían con don Juan de Salinas, tesorero de su majestad Carlos I de España, que de la mano de un niño de diez años iba devolviendo los saludos a su alta dignidad. Tras cada uno de ellos el pequeño preguntaba a su padre quien era la persona que les había interpelado. El caballero respondía con dulzura; “mi amigo el escribano Rodrigo Quintana o el Camarero Mayor, Fernando de Aldecoa”. Porque aquel niño, Francisco de Salinas, se había quedado ciego. No sabemos la causa que probablemente se debiera a una infección viral por rubeola o sarampión o a una complicación de la viruela;  poco importa ante la tragedia que truncaba una existencia que, debido a la posición del padre se podía suponer prometedora. Sin embargo privado de tan indispensable sentido, ¿qué le esperaba al pequeño?

Sus padres no se rindieron y buscando un camino que pudiera ahuyentar la tristeza y abrir las puertas a una nueva vida, le pusieron a estudiar música, algo que había dado resultado con otros invidentes. Poco pedían sin imaginar lo que puede albergar las potencias del alma porque, pocos años después la universidad de Salamanca estimaba y admiraba a Francisco de Salinas. Aquel ciego aficionado al estudio había ingresado para aprender griego, latín, matemáticas y filosofía. Su ceguera lejos de impedirle el progreso era estímulo para su afán de conocimiento y, al estar recluido en sí mismo, maduraba su inteligencia asimilando con inmensa facilidad todas las enseñanzas.

Al alcanzar la edad de 27 años hubo un importante cambio para Salinas. Atraído por la fama del estudiante ciego, el arzobispo de Santiago don Pedro de Sarmiento le llamó junto a sí y en el mismo año el prelado le llevó a Roma.

Sirvió allí a tan insigne señor durante un par de años y a su muerte no le faltó protector, porque  el propio duque de Alba, a la sazón gobernador de Nápoles,  le tomo a su servicio como organista de capilla privada. Asimismo  favoreció su vocación ayudándole a tomar la carrera eclesiástica. Nadie podía sustraerse al mérito y virtudes del clérigo ciego, llegando a llamar la atención del mismo papa Paulo IV, el cual le nombró abad de San Pancracio en Nápoles.

Respetado por su saber, mantuvo este cargo eclesiástico por más de 20 años y a tal punto llego su fama de entendido en música que desde su patria le reclamaron como profesor de la universidad donde él mismo fuera discípulo notable.

Desde 1567 Francisco Salinas obtuvo catedra en Salamanca reconocido por su sabiduría y uno de los mejores músicos de la época. De sus clases salieron famosos compositores y nos ha dejado de sus enseñanzas “De musica libri septem”, siete libros en los que puede verse reflejado el inmenso conocimiento de este arte.

En Salamanca trabó una gran amistad con el excelso poeta fray Luis de león y de sus encuentros debieron salir a la luz las más sentidas interpretaciones de Salinas y los mejores versos de fray Luis, el cual le dedicó la que probablemente es la mejor de sus odas:

El aire se serena/y viste de hermosura y luz no usada, / Salinas cuando suena /la música extremada, /por vuestra sabia mano gobernada.

Desgraciadamente no ha llegado hasta nuestros días nada de su música. Los que visiten la ciudad del Tormes pueden contemplar una escultura  realizada en 1993 por el escultor Hipólito Pérez Calvo, frente a la celebérrima Casa de las Conchas.