Juan Moreno
El dieciséis de noviembre de mil novecientos ochenta y cinco, la televisión ofreció el documento más estremecedor que jamás he contemplado. La muerte lenta y en directo de una niña. Parecía más propio de un guión cinematográfico que del hecho real que estaba ocurriendo.
En un pueblo de Colombia, Omaira se despedía de este mundo. Sabía que iba a morir de manera irremediable.
La naturaleza había mostrado su cara menos amable y como consecuencia de ello, la niña se vio atrapada en un cenagal del que no fue posible (?) rescatarla. El nivel del agua crecía poco a poco, hasta cubrir totalmente su cuerpecito para perecer ahogada. ¡¡Qué terrible documento!!.
Han transcurrido veinticinco años de esas crueles imágenes. En el momento de los hechos y durante este tiempo, me he formulado una serie de preguntas que nadie ha sabido contestarme.
¿Cómo es posible que exista alguien capaz de filmar la agonía de un ser humano máxime tratándose de una criatura?.
Quién lo filmó ¿qué pensaba en esos momentos? ¿vivirá tranquilo?.
¿El motivo qué le impulsó a filmarlo, se puede resumir en algo tan simple como profesionalidad?
¿Qué hizo imposible sacarla de ese infierno, aunque fuera a costa de la pérdida de algún miembro?.
¿Nos damos cuenta de que estos desastres, casi siempre ocurren en lugares donde la pobreza está instalada permanentemente?. ¿No estamos obligados a combatirla para tratar de erradicarla?.
Una vez más, me viene a la cabeza la falacia del 0,7% que los países más ricos prometieron aportar al tercer mundo, pero que no cumplieron y lo que es más grave, siguen sin cumplir. Uno se avergüenza de pertenecer a esa especie denominada ser humano.
Aún recuerdo esa carita triste, resignada a su fatal destino, despidiéndose de su madre. Esa imagen, que ha dado la vuelta al mundo, me ha perseguido y creo que lo hará para el resto de mi vida.
Querida Omaira, siento que tu muerte no haya servido ni tan siquiera para acallar conciencias; si acaso, para que algunos, no te olvidemos nunca. Demasiado sacrificio para tan poca recompensa.
Abril 2.010