Los otros días apareció en las redes sociales una frase de Pablo Iglesias que se puede interpretar como desdichada; como una descarada afrenta e, incluso, una amenaza al Estado de Derecho. Vino a decir que “el Gobierno -del que él mimo forma parte como vicepresidente- y el Estado tendrían que ser, además de administradores públicos, un terreno de tensión ideológica y de confrontación de intereses”. Confesión que personalmente yo interpreto como prefiguración de la antigua “lucha de clases”. Esa oscura forma de hacer política que soliviantaría a cualquier sociedad democrática; ya que la lucha de clases provoca que nadie se encuentre contento, ni siquiera seguro, con la actividad que desarrolla en el seno de esa misma sociedad, en la que vive y desempeña en sus funciones.
¿Cómo se puede vivir en el seno de una población que apuesta por la confrontación de intereses si hay personas que, generalmente hablando, se han ganado a pulso, con esfuerzo y honesta dedicación lo que posean; mientras otros individuos, generalmente hablando también, únicamente buscan, con pretensiones nada edificantes, vivir de la mejor manera posible, aprovechándose de las ganancias ajenas que desde la honestidad se logran?
Por otra parte, ¿cómo puede decir el líder de Podemos que la política ha de desarrollarse con tensiones ideológicas y sin rasgos de entendimiento? Porque, me parece a mí, que la tensión, y menos si está producida por las ideas políticas, no conduce a nada práctico. Pues, con ello, a la hora de darse a edificar estructuras de sano entendimiento; a la hora de buscar consensos, orientaciones y puntos realmente básicos para una convivencia ideal y fructífera, para una sociedad anhelante de respeto por parte de sus representantes políticos; ningún acuerdo razonable puede lograrse en modo alguno. Ya que las tensiones atenazan la prudencia, maniatan los entendimientos e impiden que los rasgos de cordura reconforten a los individuos para entregarse a la implantación del bien común que a todo el mundo beneficie por igual.
No, señor vicepresidente, esas palabras suyas aparecidas en las redes sociales dejan bien a las claras que no está usted suficientemente dotado para la Política con mayúscula. Sólo demuestra con ellas que su oficio en el Congreso de los Diputados y en el Gobierno es de aprovecharse de votantes que no se pararon a reflexionar acerca de su personalidad tan preocupante. Y aprovecharse igualmente del mismo Pedro Sánchez; pues lo necesitó a ultranza, bien a su pesar, como aseguran algunos barones socialistas, para instalarse en La Moncloa como fuere.
Respecto de los votantes que le han venido colocando donde está hoy, hay que decir que tendrían que haber pensado dos veces su proceder ante las urnas. Únicamente tenían que haber recordado sus principios en la política -las hemerotecas lo atestiguan-, cuando con Monedero y Errejón, y otros pocos de los suyos “echaron a andar” nada democráticamente en la Universidad, reventando un acto de Rosa Díez; una mujer que sí es demócrata; mucho más demócrata que Pedro Sánchez y Zapatero juntos. Reventando dicha intervención, hay que recordarlo, enseñándole a la antigua socialista tarjetas rojas a modo de árbitros autoritarios.
Añadir además, que esas tensiones ideológicas que propugna ya las estamos viviendo estas pasadas noches en las dos o tres ciudades más importantes de España; con gentes comandadas y bien organizadas arrasando e incendiando con violencia inusitada y con ímpetus inexplicables. Unos actos que pueden acarrearle a usted mismo incluso el hundimiento de la ventajosa posición política que disfruta incomprensiblemente en la presente Legislatura.
Una posición muy celebrada por quienes no piensan demasiado, no reflexionan con discernimiento en que los males -y las tensiones lo son sin ningún género de dudas- jamás se arreglarán con otros males. Ya que tan sólo los enmascaran con retorcidas falsedades; que, cuando decaen con sus disfraces, aparecen indefectiblemente las adversidades, a veces de constitución tremendista -lo hemos vivido con frecuencia en la historia de la humanidad-. Y tendríamos que haber aprendido de ello con apropiado desprecio de las desfachateces.