Ciclo de Conferencias de la Asociación Cultural Alcorcon Siglo XXI
Premios de Novela Alcorcón Siglo XXI
II Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
III Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
I Certamen de Pintura Alcorcón Siglo XXI
Conferencia de Ely del Valle en Siglo XXI
Conferencia en Siglo XXI de D. David Pérez García
Conferencia: los excesos de comida en las fiestas navideñas

             De acuerdo que cada uno puede hacer de su capa un sayo; de acuerdo también -faltaría más- que cada uno puede hacer en su casa lo que más le convenga, y sin que nadie tenga que molestarse por ello. Pero la monarquía es una institución extremadamente popular, con la Corona -ciña quien la ciña- como símbolo nacional que engloba a la entera ciudadanía española, dada su fórmula constitucional del presente.

            Viene esto a colación por el sacramento de la Confirmación que recibió los otros días la Princesa Leonor; que, en opinión de la mayoría de los españoles que creen en la Iglesia, aunque no practiquen en los actos religiosos, fue una Confirmación que estuvo fuera del contexto que requería la Corona. Lejos, muy lejos de la representatividad que habría tenido que ostentar Leonor como futura Reina de España.

 

            Ya se vio algo similar en su Primera Comunión. Pues en ambos sacramentos, recibidos al margen del fastuoso marco de la Catedral, apartados de la suntuosidad que las circunstancias requerían por el indiscutible rango de la Princesa de Asturias. Ocultándole al pueblo los esenciales protocolos representativos que tenían que haber arropado la esencia habitual de las ceremonias ante el Arzobispo de Madrid, y desvirtuándose de esa manera lo que deberían haber figurado como unas páginas sacramentales de la Princesa y páginas regias para los anales de la Historia de España.

           Hay que convenir, desde luego, que la fe está en decadencia, quizá por algo de culpa de ciertas altas esferas de la Iglesia; las cuales casi nunca utilizan los púlpitos para hablar de los Diez Mandamientos ni de los Sacramentos; a no ser que lo hagan con algunos matices de caracteres sociopolíticos. Todo ello, por falsos respetos a filosofías que nos trastocan la mente en estos confusos y trepidantes tiempos que corren con sus ráfagas amañadas por la izquierda. Con lo cual la feligresía anda con frecuencia como ovejas sin pastor; con muchas personas, ya dispersas en esta sociedad, carentes de fórmulas de equidad.

          Claro que igualmente sería muy de lamentar que los propios Reyes hubieran propiciado la Confirmación de la Princesa como a hurtadillas para no aparecer como conservadores de los ritos eclesiales; con objeto de señalarse como figuras observantes de connotaciones de modernidad. De esas connotaciones que las gentes, generalmente hablando, asumen por sus carencias reflexivas y, por lo tanto, siendo inaptas para reconocer los sanos valores.

       Por otra parte, la determinación de los Reyes en la Confirmación de su hija, marginando el acto del brillo institucional y a escondidas de los resplandores que habrían entusiasmado a gran parte de la ciudadanía, como ocurre con otras monarquías europeas, levanta sospechas de que quizá no hubieran querido zaherir las sensibilidades (???) de personajillos políticos de ambos sexos que no sienten a España en su corazón y que comenzaron la actual Legislatura, como todos sabemos, haciendo de funerarios, con descuidos de otras funciones más propias de sus cometidos al frente de los intereses sociales del país.

        Y lo curioso del caso es que plumas como las de Alfonso Ussía, Luis María Anson o Juan Manuel de Prada -pongo como ejemplo- no se hayan pronunciado contra el anonimato informativo de la Confirmación de la futura Reina; yo, al menos, no me he enterado por ellos. Ellos, cuyos trabajos periodísticos tanto le deben a la Corona de España, y que en este asunto la han estimado casi como Corona en decadencia. Por mucho que en la entrega de los Premios Princesa de Asturias las “aconfesionalidades” de la Cultura, la Ciencia y el Deporte sean visualizadas por millones de personas gracias a los medios de comunicación.

         ¿Confirmación católica a escondidas de un Estado aconfesional? ¡Vaya un despropósito! Uno más de la política de estos tiempos. Termino expresando un deseo mío al amparo, precisamente, de la libertad de expresión. ¡Ojalá que la Heredera saque en su día el talante, las oportunas decisiones inconmovibles, los valores de grandeza política y la muy regia compostura que atesoraba su antecesora la Reina Isabel de Trastámara! Así dejaría en un lugar de desventaja real a sus más cercanos ancestros.