EL MIRADOR
En la era de Internet no es sensato restringir la participación en la vida pública a unas elecciones cada cuatro años. Hay que implantar fórmulas que permitan un plus de legitimidad.
Antonio Martín Beaumont - El Semanal Digital - 20 de julio de 2014
Se nota que vivimos un nuevo tiempo donde los usos y costumbres políticos van cambiando a marchas forzadas. La cita del 25 de mayo ha sido el sonido de un maremoto con ánimo de derribar muros internos y líderes al grito de la regeneración.
Creo firmemente que una de las medidas principales que debe impulsar un político con el oído afinado para los usos de la sociedad actual es implantar fórmulas que permitan dotar de un plus de legitimidad social a las reformas importantes que se emprenden.
Por ahí debería caminar la regeneración democrática en el siglo XXI. Aunque a mi me guste más hablar de la ética pública que debe presidir la acción diaria de todo político.
En la era de Internet no es sensato restringir la participación en la vida pública a la elección de representantes cada cuatro años.
Menos todavía cuando esa elección se reduce a la mera decisión sobre listas cerradas, rellenadas con personas elegidas por comités cada vez más oligárquicos (y esto no es un insulto sino la mera descripción de lo que está ocurriendo). La gente pide mayor participación en un sistema cerrado y ensimismado en sus privilegios.
Por ello es tan necesario profundizar en caminos que impulsen la participación de los ciudadanos como en sistemas que revitalicen la meritocracia como forma de ascenso en la política.
Soy firme partidario de institucionalizar las primarias para elegir a los candidatos. Me parece la fórmula más adecuada ahora mismo para conseguir que accedan los mejores a los cargos de representación. Por ello me alegra que las primarias celebradas por el PSOE este mes de julio hayan sido un éxito.
La militancia socialista, pese a la desorientación que sufre su formación, se ha acercado para elegir a su nuevo secretario general en enorme proporción.
Además, la pelea electoral de tres candidatos por la llave del cuartel general del PSOE, Pedro Sánchez, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias no ha resultado perjudicial para la imagen de unidad del partido.
Y sin duda, lo que sí han puesto de manifiesto las primarias es que un proceso democrático, pese a poder ser hasta convulso, al final aporta tanta legitimidad al ganador que compensa cualquier inconveniente.
La carrera interna entre la base social de los partidos de quienes deseen ser candidatos evitaría, por ejemplo, errores -que a cualquiera abochornan- como el "dedazo" que permitió llegar a la Alcaldía de la capital de España a una persona sin empatía como Ana Botella.
Ojo: no me refiero a que el segundo de una candidatura, en una democracia representativa como la nuestra, sea Alcalde sustituyendo a quien antes dejó el cargo. No es eso lo que rechina.
Lo que escandaliza es un método que permite a alguien, sin contraste objetivo de sus méritos políticos, llegar hasta el número dos de la lista del Partido Popular al Ayuntamiento de Madrid.
Curiosamente, los mandatarios populares han insistido durante meses en la idea de un partido de 800.000 militantes en el que, desde el primero al último, todos son el PP. Sin embargo, los hechos relevantes, los que de verdad son percibidos más allá de las paredes de Génova 13, han seguido luego la dirección contraria.
Por ejemplo, es muy descriptivo el procedimiento para elegir al líder de la formación en Andalucía o al mismo candidato de las elecciones europeas: en ambos casos ha sido una decisión personalísima de Mariano Rajoy.
Más aún: incomprensiblemente, se ha querido evidenciar el dedazo, como si el presidente del Gobierno y del partido estuviera necesitado de demostrar el poder que acumula.
Toca elegir, por tanto, si se desea o no ser vanguardia de la bandera moderna de la regeneración.
Lo contrario -entiendo- es quedarse anclado en un tiempo que sirvió, pero que ya es añejo.
Flaco favor se haría el Partido Popular si dejase vacante el espacio estratégico de la calidad democrática, porque otros lo ocuparán.